miércoles, 11 de abril de 2018

LA MENTIRA




7

El misterio no es un propósito de la vida sino de los hombres.
En la infancia, sin embargo, se desarrolla naturalmente. Los niños comunican la realidad con suspenso.
Cullari tenía cinco o seis años. Yo, cuatro. Una tarde oscura, en un recreo, me dijo al oído: tengo que contarte un secreto. Esperé con los ojos abiertos y la boca seca. Yo tenía miedo. Me hizo prometerle que jamás iba a revelar que él me lo había contado. Asentí con la cabeza. A pesar de mi promesa dudó un momento. Al fin, me dijo, soplándome al oído: La maestra se llama Mirta Escudero. El secreto quedó grabado en mi memoria. Jamás fue revelado.


15

Nunca nadie tuvo un átomo en la mano. Musacchio insistía con eso y yo pensaba en las cosas que ocurrían a mi alrededor. Todo lo que ocurre, me decía, es un acto de fe. Incluso el Correo Central, un par de trenes, el extraño sabor del café.


22

Ocurre que a veces uno pasa una noche espléndida y necesita guardar algo, un trozo de servilleta, un boleto, un terrón de azúcar, como prueba de que ha estado en el paraíso. Con el tiempo comprueba naturalmente que ese trozo de servilleta, ese boleto, ese terrón ya no son el paraíso, y recuerda, acaso, a Musacchio. Su mirada monocular, inquisitiva. Recuerda, acaso, que nunca nadie pudo tener un átomo en su mano.


24

No sé si era el frío o la oscuridad de las primeras horas de la mañana o sencillamente mi timidez. Algo me provocaba malestar en la escuela. Algo me hacía sentir endeble o desdichado.
Aun cuando el temor fuera imaginario y producto de mi personalidad, yo encontraba frecuentemente datos que confirmaban mis sospechas.
En esa época había empezado a comer en la escuela. Una tarde, en el comedor, me enteré de la existencia de un plato llamado "niños envueltos". No pregunté de qué se trataba y nunca lo probé. Me parecía todo tan claro.


25

Mi padre solía llevarme a las carreras de autos. Nos gustaba ir al autódromo. Nos gustaba el olor del caucho, el ruido de los cambios ascendentes, los rebajes, el paisaje de ese lugar apartado de la ciudad. Nos gustaba contemplar el aire claro y brillante de la tarde atravesado por veloces puntos de colores.
Mi padre era el hombre más equilibrado que había conocido. Manejaba con parsimonia y prudencia.
Cuando salíamos del autódromo solía decirme: imagina un ser capaz de vivir apurado.


80

Una noche de reunión familiar, cuando mi abuelo todavía participaba de las fiestas, dijo algo que vinculaba a dos personas ciertamente incompatibles.
Mi tío, que nunca tuvo paciencia, y que a pesar de eso o por eso mismo es aficionado a la pesca, enrojeció a causa de la inconsistencia de la frase y trató a mi abuelo de mentiroso.
Siguió un incómodo silencio.
Mi abuela apareció entonces como un río resplandeciente y lo defendió: "el abuelo puede perderse, pudo haber soñado, pero no miente".
Lo que vemos en sueños, ¿somos nosotros?


Sergio E. Nakauchi,  La mentira, Editorial Textos Intrusos, Buenos Aires, 2014.

Obra visual: Juana Fortuny









No hay comentarios:

Publicar un comentario